jueves, 16 de abril de 2009

El Super YO, el simple tú y el ellos



El Súper YO, el simple tú y el ellos.

“Yo hablo de libros como si hablara de mujeres”

I
“¡Todas las mujeres lindas merecen ser penetradas día y noche!” solía gritar el dueño de la taberna a la que asistía regularmente después de salir del trabajo. La peculiar frase era el preámbulo para comenzar la juerga y a la vez una invitación para todas las féminas inmaculadas, ahí presentes, a repartir tiritas de su tersa piel a los tipos duros que no saben bailar solos.
Yo soy una persona endeble y tísica, lucubre de mis propios miedos; yo sólo era un mero espectador de aquel teatro en decadencia en donde los actos no son anunciados y los actores no requeridos.

II
La pobreza de mi espíritu radicaba en aquel primer amor, en aquel primer dolor lleno de falacias; la primavera para mí se marchó en aquel instante cuando una frase estruendosa golpeo mi cabeza y sacudió a mi cuerpo entero.
Desde ese día perdí mi virilidad y la perdí a ella, mute en un hombrecillo taciturno e intrínseco, un ateo de corazón fetichista, al grado de que prefería los ejercicios onanistas en una buena taza de baño a una mujer en una cama de arrabal.

III

“Ven, baila conmigo” me decía con arrebato aquella dama ataviada de bisutería, mi respuesta era la misma de todas las noches: un mohín de disgusto y un sorbo a mi vaso de alcohol.
“Puedo amarte hasta el tuétano…entiende que me interesa más el tuétano de tus huesos que tu cartera” aseguraba aquella puta santa, sudorosa, huanga de carnes.
Mi respuesta era la misma de todas las noches: un mohín de disgusto y un largo trago a mi vaso de alcohol.

IV

“Oye amigo: ¿Qué opinas de la política?” gritaba el tabernero al mismo tiempo que con una braga limpiaba la barra del bar.
“Llena mi vaso, llénalo hasta que se derrame, quiero ver como ese liquido ardiente es absorbido por la madera” conteste al mismo tiempo que encendía un cigarrillo.
“Oye triste irrisión: ¿Cuándo dejaras de evadir las preguntas que te hago?” volvía a preguntar el cantinero quien sostenía estoico en su mano derecha la botella.
“Déjame derramarme toda yo sobre ti, guapo. Yo podría bañarte con el jugo de mis pechos, con la saliva de mis besos, con el olor de mi entrepierna” interfirió aquella dama.
“Sólo quiero beber” respondí y cerré los ojos.

V

Amaneció. Abrí los ojos y estire mis brazos. Volteé hacia el lado opuesto de mi cama y ahí estaba ella.
“Llevo horas observándote, no eres nada sexual pero me gustas” dijo con voz desmarañada.
Me levante de la cama, me dirigí al baño y me empecé a masturbar; reitero prefiero el practicar el onanismo en un buen baño a una mujer en una cama de arrabal.