El poetastro, los acarreados y el candidato
(2da. parte)
“Candidato.- Caballero modesto que renuncia
a la distinción de la vida privada y busca
afanosamente la honorable oscuridad de la
función pública”
Ambrose Bierce, Diccionario del Diablo.
Pobre Juan, el desenfrenado mitin mediático había comenzado y él permanecía encerrado, amarrado de pies y manos con un mecate, en un cuarto tan pequeño que hasta una urna electoral habría de ser más espaciosa.
Afortunado el candidato Don Emigdio Bazares pues el único opositor a su política populista, el inalienable Juan, estaba en prisión contemplando desde una rendija el proceso de enajenación para la elección.
“La izquierda debe estar unida, nosotros somos la izquierda pueblo, mi gobierno será social” exclamaba con voz ampulosa el candidato, lógicamente, emergió el Sr. Aplauso y la Sra. Bulla.
Juan, al escuchar esto, olvidándose de los versos, explotó: “que la derecha, que la izquierda, falacias éste pueblo es un simple torso en cuestiones de política. Sí, es un torso que se revuelca y se arrastra, que se retuerce y se resquebraja.”
Prosiguió: “además el panzón de Don Emigdio es manco”. Efectivamente Don Emigdio perdió su brazo izquierdo por causa de un cueton que le estalló, por lo que cada vez que mencionaba la palabra izquierda uno de sus esbirros tenía que levantar su brazo en señal de lucha.
“Voy a traer el desarrollo a este pueblo, Poblado Viejo se convertirá en una ciudad de acero, una gran urbe industrial” decía el candidato. Juan no se podía quedar callado hubiera preferido que le sellaran la boca para sólo pensar y no hablar: “las urbes son ubres para los industriales/ que vienen a establecer sus paraísos artificiales/ ofreciendo sueldos miserables.
En tanto los acarreados conglomerados ya se habían hastiado del discurso, pedían que iniciara la verbena: “Que baile el candidato”. Para eso una de las mujeres presentes subió hasta la improvisada tarima para zapatear con Don Emigdio.
El energúmeno atado de Juan reía: “inicia la danza del candidato panzón/ cuidado pueblo no te vaya a dar un pisotón/ cuidado mujer que la tarima se puede romper.
El espectáculo gambetero musical era todo un momento especial que complacía a todos lo presentes, el candidato bailaba graciosamente, sus espesas carnes se movían de un lado para otro.
Sin más, el protocolo de campaña había cedido para dar paso a la algarabía popular. Don Emigdio sabía que con unos cuantos pasos de baile se había ganado a la multitud, tenía que seguir complaciéndolos. Abruptamente decidió lanzar dinero desde el estrado, como si fuera un bautizo, la gente lo veía como un dios que tenía el poder de crear lluvia de monedas y no de gotas insípidas y sin valor.
Parecían gallinas buscando en el piso las monedas, arrebatándoselas unos a otros: “la necesidad te hace perder tu dignidad/ pueblo demacrado no creas en su divinidad/. Con dinero te quieren enajenar/ pueblo date cuenta que sólo quieren tu votar/.
Juan no había percibido que una persona lo estaba escuchando, era el carcelero. “Poetastro no ganas nada con tú verborrea visceral, ¿por qué no te vuelves como todos?” le dijo el carcelero. Juan no respondió.
El carcelero prosiguió: “bueno si quieres te hago entender a versos” se paró de su silla y recitó: “yo era tan radical como Juan/ pero me di cuenta que la gente no va a cambiar/ es por eso que he decidido callar/. Ahora me dedico a lisonjear/ para que no me vayan a encerrar/ y hasta un puesto conseguí/ en la seguridad municipal”.
Juan enmudeció, absorto no supo que decir ni que argüir, volteo su mirada ha la rendija y vio que el mitin era todo un festival, era un amasiato promiscuo entre política y sociedad.
(2da. parte)
“Candidato.- Caballero modesto que renuncia
a la distinción de la vida privada y busca
afanosamente la honorable oscuridad de la
función pública”
Ambrose Bierce, Diccionario del Diablo.
Pobre Juan, el desenfrenado mitin mediático había comenzado y él permanecía encerrado, amarrado de pies y manos con un mecate, en un cuarto tan pequeño que hasta una urna electoral habría de ser más espaciosa.
Afortunado el candidato Don Emigdio Bazares pues el único opositor a su política populista, el inalienable Juan, estaba en prisión contemplando desde una rendija el proceso de enajenación para la elección.
“La izquierda debe estar unida, nosotros somos la izquierda pueblo, mi gobierno será social” exclamaba con voz ampulosa el candidato, lógicamente, emergió el Sr. Aplauso y la Sra. Bulla.
Juan, al escuchar esto, olvidándose de los versos, explotó: “que la derecha, que la izquierda, falacias éste pueblo es un simple torso en cuestiones de política. Sí, es un torso que se revuelca y se arrastra, que se retuerce y se resquebraja.”
Prosiguió: “además el panzón de Don Emigdio es manco”. Efectivamente Don Emigdio perdió su brazo izquierdo por causa de un cueton que le estalló, por lo que cada vez que mencionaba la palabra izquierda uno de sus esbirros tenía que levantar su brazo en señal de lucha.
“Voy a traer el desarrollo a este pueblo, Poblado Viejo se convertirá en una ciudad de acero, una gran urbe industrial” decía el candidato. Juan no se podía quedar callado hubiera preferido que le sellaran la boca para sólo pensar y no hablar: “las urbes son ubres para los industriales/ que vienen a establecer sus paraísos artificiales/ ofreciendo sueldos miserables.
En tanto los acarreados conglomerados ya se habían hastiado del discurso, pedían que iniciara la verbena: “Que baile el candidato”. Para eso una de las mujeres presentes subió hasta la improvisada tarima para zapatear con Don Emigdio.
El energúmeno atado de Juan reía: “inicia la danza del candidato panzón/ cuidado pueblo no te vaya a dar un pisotón/ cuidado mujer que la tarima se puede romper.
El espectáculo gambetero musical era todo un momento especial que complacía a todos lo presentes, el candidato bailaba graciosamente, sus espesas carnes se movían de un lado para otro.
Sin más, el protocolo de campaña había cedido para dar paso a la algarabía popular. Don Emigdio sabía que con unos cuantos pasos de baile se había ganado a la multitud, tenía que seguir complaciéndolos. Abruptamente decidió lanzar dinero desde el estrado, como si fuera un bautizo, la gente lo veía como un dios que tenía el poder de crear lluvia de monedas y no de gotas insípidas y sin valor.
Parecían gallinas buscando en el piso las monedas, arrebatándoselas unos a otros: “la necesidad te hace perder tu dignidad/ pueblo demacrado no creas en su divinidad/. Con dinero te quieren enajenar/ pueblo date cuenta que sólo quieren tu votar/.
Juan no había percibido que una persona lo estaba escuchando, era el carcelero. “Poetastro no ganas nada con tú verborrea visceral, ¿por qué no te vuelves como todos?” le dijo el carcelero. Juan no respondió.
El carcelero prosiguió: “bueno si quieres te hago entender a versos” se paró de su silla y recitó: “yo era tan radical como Juan/ pero me di cuenta que la gente no va a cambiar/ es por eso que he decidido callar/. Ahora me dedico a lisonjear/ para que no me vayan a encerrar/ y hasta un puesto conseguí/ en la seguridad municipal”.
Juan enmudeció, absorto no supo que decir ni que argüir, volteo su mirada ha la rendija y vio que el mitin era todo un festival, era un amasiato promiscuo entre política y sociedad.
holaa....
ResponderEliminarsta shidaaaa la page.....
k bueno k d akonocer su talentooo
x ke se k tiene muxxoooooo
bueno kuidese y portese bien, muyy bienn
ahh aguas kn la influu....no bese...jejej
bye...